La discapacidad intelectual se caracteriza por limitaciones en el funcionamiento intelectual y en la capacidad adaptativa, y puede ser causada por factores genéticos, ambientales o una combinación de ambos.

En cambio, el autismo es un trastorno del neurodesarrollo que afecta la comunicación, la interacción social y las actividades e intereses restringidos y repetitivos. Su causa exacta aún no se conoce con certeza.

Wing y Gould (1979), en su estudio de Camberwell, fueron las primeras en reconocer y demostrar que el autismo y la discapacidad intelectual grave podían ser concomitantes.

El autismo en sí no es el responsable de producir limitaciones en el funcionamiento intelectual. Sabemos esto porque es posible tener un autismo severo y, sin embargo, tener niveles típicos o incluso avanzados de rendimiento intelectual. Cuanto más severa sea la discapacidad intelectual, menor conducta funcional se esperará, y por lo tanto, será más difícil reconocer el autismo.

Desarrollo social

El nivel de habilidades sociales y de comprensión social no se desarrolla acorde al nivel general de capacidad intelectual del niño. No se trata de características fijas, ya que el niño puede cambiar a lo largo del tiempo, como resultado del desarrollo o de la educación. Estos niños encuentran poco o ningún sentido en los demás y, para ellos, el tipo de estimulación que los demás representan es confuso y estresante, incluso doloroso para ellos.

Comunicación

En el autismo se ven afectados todos los niveles de comunicación, independientemente del nivel de capacidad lingüística. La simple posesión del habla no garantiza que el niño con autismo sea capaz de utilizarla para la comunicación o para el razonamiento y, por lo tanto, para el aprendizaje. La combinación de TEA y DI contribuye a que estos niños experimenten graves dificultades para adquirir y comprender el habla y que hasta un 50% de ellos no logren adquirirlo en toda su vida.

Además en el autismo también se ven afectadas otras áreas de la comunicación como comprender gestos, atención conjunta, expresiones faciales, seguimiento de la mirada y lenguaje no verbal. En el caso de los niños con DI y TEA la prioridad será mejorar su comprensión de qué es la comunicación ya que sin esa comprensión no podrán usar métodos de comunicación incluso al enseñarlos. A muchos niños con autismo y discapacidad intelectual se les enseñan nuevas formas de comunicarse pero como una especie de rutina aprendida en vez de como una herramienta para influir en su mundo y mejorar su calidad de vida.

Flexibilidad de pensamiento y conducta

Las dificultades en estas áreas son características tanto del autismo como de la discapacidad intelectual grave, por lo que sus efectos se suman. Para aprender y recordar, las personas con TEA y DI dependen de las instrucciones que les den los demás o del entorno, y les resulta difícil aprender de forma espontánea o aplicar lo aprendido en una situación nueva.

Es muy probable que ellos adquieran algo llamado “impotencia aprendida”, es decir, dependen de que los demás les den indicaciones para distintas tareas, y se quedan sin saber qué hacer cuando cambian las condiciones o si se ausenta la persona que habitualmente les da las indicaciones.

Para estos estudiantes el aprendizajes es más efectivo cuando se realiza uno a uno con el educador, quien estructura las tareas para obtener el máximo partido del aprendizaje. Sin embargo, cuando se consigue este aprendizaje, el educador necesita comenzar la tarea de enseñar el aprendizaje de forma más independiente, lo que se relaciona con el grado de discapacidad intelectual del niño. Es muy importante que seamos conscientes de las dificultades que presenta este grupo para ser flexibles, de forma que su conducta no se confunda con actitudes provocativas o desafiantes (Jordan, 2012).